martes, 8 de noviembre de 2005

Rostros tatuados en la mente.


Él es Luis, un niño que conocí en San Cristobal de las Casas, que por 15 pesos (más 5 de propina por tomarle la foto), me boleó los zapatos. Me dijo que tenía 9 años, titubeo al contestarme si asistía a la escuela, pero desviando la mirada, como cuando alguien responde con una mentira, murmoró ...cuarto año.

Mientras ponía tinta negra a mis botas, me contó que caminaba 5 horas de su casa a San Cistobal y no lo dude, sobre todo al ver su rostro rosado por el hostil frío de la selva. Me platicó de sus 5 hermanos y de su madre, me dijo que su padre lustraba zapatos como él, mire a mi alrededor y pense que encontraría a un padre vigilante por la seguridad de su hijo; no, no encontre a nadie, sólo más niños como Luis vendiendo dulces y artesanías.

Estaba alucinada por estar en esa Plaza, frente a la Iglesía de San Cristobal de las Casas, aquel colorido santuario que en el `94 tanto significó ideologicamente y que tanto aprecié en las fotografias de La Jornada; sin embargo mi breve conversación con Luis, me aterrizó en la realidad, su ojos tristes y cansados me hicieron sentir estupidamente frivola; miré sus manos pequeñas y agrietadas, respiré profundo y sólo pude darle las gracias, no por la boleada, sino por el recordatorio de que nada a cambiado sustancialmente en este país, trague saliva y sin falsas promesas, me despedí. Tomé la cámara y pensé en compartir la foto con Ustedes, ojala los ojos de Luis también les recuerden algo.